¿Nos atropella la velocidad de la evolución tecnológica? Los riesgos en la capacidad de aprendizaje que influyen en los profesionales del futuro.

María Rosa Vallecillo Gámez.
Profesora Titular de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social.
Universidad de Jaén
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1. El vértigo de los cambios. Hace apenas 40 años las cintas de casete y el walkman formaban parte de la tecnología puntera, aquella que la televisión que nos acercaba a un futuro de coches voladores que ya deberían estar, según estas previsiones, volando por nuestras calles, nos las presentaba como una forma de acoso. Me refiero a su uso por parte de la antifeminista protagonista de la serie Mrs. America, que las enviaba por correo postal para difamar a sus oponentes. Mucho han cambiado las tecnologías de la comunicación en este tiempo en el que una sola generación ha asistido a los cambios veloces de las TIC. Ahora las redes sociales se han convertido en el medio más veloz para la crítica, constructiva o no, y ser TT (Trending Topic) en Twitter en minutos ya no nos sorprende.

La capacidad de respuesta de los ordenadores es otro de los ejemplos de la velocidad exponencial del cambio. En 1997, la computadora Deep Blue de IBM derrotó en ajedrez al campeón del mundo, Gary Kaspárov; en 2016, la AlphaGo de Google ganó al campeón de Go Lee Sedol. La complejidad del ajedrez es de 10 elevado a 40 y la del Go – el juego japonés-, de 10 elevado a 360. Una diferencia de 320 en solamente dos décadas. Tampoco está lejano el futuro en el que un ordenador portátil supere en potencia de cálculo al cerebro humano utilizando la computación cuántica.

La tecnología está acelerando el mundo a una velocidad frenética y sin precedentes. El problema es que nuestros cerebros, en cambio, no han ganado en las últimas décadas mayor capacidad de procesamiento. De modo que nuestro ritmo mental, aunque sea extraordinario, es cada vez más lento en comparación con el de las redes y las máquinas, que en breve superarán en potencia de procesamiento a nuestro cerebro.

Pero lo que podía parecer un estímulo para la capacidad de respuesta de nuestro órgano más preciado, está suponiendo una brecha entre el avance de una realidad cada vez más compleja y la capacidad del ser humano de comprenderla, lo que está provocando la configuración de dos categorías de ciudadanos, los hiperconectados y los simplemente conectados que están creando un nuevo mercado. Y ¿por qué? Las mismas corporaciones que hicieron del ordenador personal, el teléfono móvil o internet, un bien de primera necesidad, ahora experimentan con los nuevos avances, los neuroimplantes por ejemplo, generando nuevas necesidades tecnológicas a la persona que podrían ser comparables a las necesidades provocadas por los sistemas de autoayuda o la estética cuya demanda ha hecho crecer el mercado.


2. El daño de la tecnología por el uso diario. Quienes nacimos antes de la era de internet y hemos visto su veloz evolución, lo sospechábamos: internet daña nuestras mentes. Sin embargo, hemos olvidado este riesgo ante la falta de evidencia y estudios concretos que nos permitan afirmar con certeza sobre el grado e impacto del daño que nos puede causar el uso de esta tecnología. Los científicos nos advierten que la aceleración del cambio tecnológico está dañando nuestra manera de pensar, de aprender y de ser. Este es el argumento de Nicholas Carr en sus obras. Este divulgador tecnológico, defiende que internet ha convertido al ser humano en un animal superficial.

Pero la tecnología por si sola no tiene la capacidad de daño que se le supone, lo que ocurre es que cuando adoptamos una nueva herramienta, también asumimos sus sesgos. Es el caso de internet que está sesgado hacia la distribución de información de alta velocidad en diferentes formatos, como audio, texto o imágenes. Esto favorece la distracción, y esta socava el pensamiento profundo. Así que, cuando nos conectamos, intercambiamos profundidad por amplitud, contemplación por estimulación. El daño entonces se sitúa en la regresión del cerebro frente al trabajo delegado en la tecnología.

En la película de Stanley Kubrick: 2001 Odisea del Espacio, el ordenador de la nave espacial ha evolucionado tanto que ahora tiene sentimientos y…comienza a tener miedo. Ya nos acercamos a estos extremos en la evolución de la robótica. La evolución nos da, pero también nos quita y no son pocas las consecuencias sobre la salud de las personas. La dependencia tecnológica, que ya se considera en si misma una enfermedad, también nos ha llevado a perder la calma, la atención concentrada y la profundidad del razonamiento por una sobreexposición y delegación en las herramientas que nos resuelven las dudas sin más esfuerzo que teclear. Incluso hemos llegado a sentirnos intoxicados y necesitamos de esa droga que se llama información, cuando recibimos un WhatsApp o una notificación de Twitter o Instagram. Algunas de estas cuestiones ya las hemos tratado en precedentes entradas.


3. Los riesgos en la capacidad de aprendizaje. La evolución de la técnica ha ido modificando nuestro cerebro sin apenas darnos cuenta. Los sistemas de posicionamiento global (GPS) nos limitan la capacidad de atención hacia la orientación que teníamos o debíamos desarrollar sin ellos. Cuando el reloj no existía, las sociedades se orientaban mediante el flujo de la climatología, de las cosechas, de las estaciones, su presencia nos organiza la vida hasta el punto de influir en nuestra salud al controlar nuestra actividad física. Más difícil resulta medir el impacto de las tecnologías “intelectuales” que influyen en nuestras herramientas de la mente: la búsqueda, la clasificación de la información, la formulación y articulación de ideas… Y si hacemos caso a Klingberg, un neurocientífico sueco, la tendencia del ser humano es buscar cada vez más información, más datos y más complejidad, generando situaciones con una sobrecarga de información. Sin embargo, este afán de estar informado contrasta con el desarrollo de habilidades que supone su uso frente a otros métodos tradicionales.

Gary Small, profesor de Psiquiatría de la UCLA, afirma que Internet no sólo está cambiando el modo en que las personas viven sino también cómo funcionan sus cerebros. se trata de un cambio evolutivo que pondrá a los expertos en tecnología al frente del nuevo orden social. Small descubrió mediante estudios que navegar en internet y enviar mensajes de texto ha hecho que los cerebros estén más acostumbrados a filtrar información y tomar decisiones rápidas. Sin embargo, aunque la tecnología puede acelerar el aprendizaje e impulsar la creatividad, tendría desventajas, ya que puede crear adictos a internet cuyos únicos amigos son virtuales y ha provocado un drástico aumento en el diagnóstico de trastornos por déficit de atención.

En 2008 reclutó 24 voluntarios. Doce de ellos expertos en internet y doce novatos a quienes les escanearon sus cerebros al momento de realizar búsquedas en Google. El escaneo reveló que los expertos mostraban una mayor actividad en su cerebro, mientras que los novatos una mínima. Sin embargo, la segunda parte del experimento que se llevó a cabo seis días después reveló más datos; en el transcurso de estos días, los investigadores les pidieron a los novatos que hicieran búsquedas durante una hora diaria. Al llegar la nueva evaluación, los escáneres cerebrales revelaron que tanto novatos como expertos tenían la misma actividad cerebral. En tan sólo cinco días con una hora diaria los cerebros de los novatos se habían modificado. Esto es resultado de un proceso mental donde debe evaluar cada uno de los links de búsqueda y decidir cuál de ellos abrir, lo que genera más actividad neuronal. En este sentido, el internet le ofrece más distracciones al cerebro en lugar de concentración.


4. La afectación en el crecimiento intelectual. La lectura en línea y la lectura tradicional también son objeto de estudio. Se puso a dos grupos de estudiantes en una universidad a leer el mismo texto, pero en estas dos versiones. Al final, se les hicieron preguntas de comprensión de texto, aquellos que comprendieron más fueron los que leyeron el texto en papel, pero no sólo eso, sino que lo hicieron más rápido que los del texto digital. La razón es que los que tenían el texto en línea podían visitar los vínculos externos (complementarios) y consecuentemente distraerse; esto afectó su memoria, su velocidad y su comprensión del texto. Para leer nuestra mente necesita estar calmada, lejos de las distracciones constantes que nos ofrece el internet. Los lectores con hipertexto siempre generan una gran confusión. De tal forma que nuestro cerebro está haciendo malabares tratando constantemente de repartir nuestra atención entre lo importante y lo superficial. ¿Cuándo tiene tiempo para razonar?

Si seguimos los argumentos de Carr, podíamos afirmar que se ha perdido la esencia del libro al sólo tener pedazos de los textos en línea, que es lo que nos arroja un buscador en internet, en lugar de tener el razonamiento completo y la explicación amplia y profunda de las ideas en la forma lineal tradicional que presentan los textos. Entiende que «… la lenta excavación del significado ha sido reemplazada por la veloz minería que desnuda el contenido relevante». Ahora, dice el autor, los estudiantes dicen que es una pérdida de tiempo leer un libro completo cuando pueden encontrar el resumen en internet. Pero el verdadero valor de un libro no es su contenido literario, sino lo datos que pueden ser extraídos de él, la capacidad de estímulo de la imaginación y de la capacidad de comprensión que la lectura tiene y que, desgraciadamente, se está perdiendo en nuestros estudiantes.

En estricto sentido, esta forma de «programar» cerebros humanos, cambiando el cerebro a partir de sus dosis diarias de internet, también la comparten otros autores como Castells en Comunicación y Poder (2009), cuando habla de esta forma de programación en las sociedades.

Por último, un argumento vital: la memoria. internet ha afectado a esta herramienta mental vital en nuestros días. Su razonamiento parte del uso que le damos a libros como una extensión de nuestra memoria, un complemento que nos ayuda a entender mejor la realidad. Si bien es cierto que están en nuestros libreros, podemos regresar a ellos, porque nos acordamos de aquel autor, cita o idea que se encuentra dentro. Humberto Eco, decía que los libros retan y mejoran la memoria, no la narcotizan.

El problema ahora es parte de la solución tecnológica. La generación de memorias artificiales, desde las cintas de audio, pasando por los discos flexibles de 5 ¼” o de 3,5”, hasta las memorias USB y los discos duros de los ordenadores y los teléfonos móviles, ha ralentizado nuestra capacidad porque hemos descansado en ellas una de las capacidades para el aprendizaje, en mayor medida que en su uso como soporte adicional de nuestro cerebro. Clive Thompson, director de Wired afirma que «Internet es un cerebro exterior». Nuestra memoria funciona como un índice, apuntando a donde tenemos guardada cierta idea o conocimiento”. Este mismo argumento lo refuerza Don Tapscott —autor de Wikinomics—, quien dice que la memorización es una pérdida de tiempo. En cambio, William James señala que el «arte de recordar es el arte de pensar».

Las generaciones actuales y futuras, por tanto, están sometidas a un importante riesgo en la medida en que vayamos perdiendo esa fuerte conexión entre neuronas que favorece el crecimiento y enriquecimiento de las memorias humanas. Mientras más usemos internet más entrenamos nuestro cerebro a ser distraído. Procesamos la información rápida y eficientemente pero perdemos el valor de la atención tan necesaria para aprender.

Los riesgos, las limitaciones y los problemas, son evidentes con la velocidad del cambio. Por ello, y como siempre y en todas las facetas vitales, lo mejor es encontrar el equilibrio. Utilizar la herramienta —como el reloj, el mapa, el coche, la escritura, el libro, el ordenador— sin perder ese equilibrio, sin intoxicarnos ni olvidar que existen otras herramientas para hacer lo mismo, y sin perder nuestra esencia humana. Desde la universidad tenemos mucho que decir y aportar para minimizar estas amenazas latentes.

Si no, corremos el riesgo de regresar a 2001: Odisea del Espacio y gritarle a HAL: «Hal tengo miedo de estar sin internet», espero que nunca lleguemos a eso.